Con motivo del 714 aniversario de la Fundación de la Villa, los bilbaínos y visitantes se echaron a la calle para disfrutar de la noche más luminosa del año en la Villa.
A la Villa de Bilbao sus 714 años la han vuelto más interesante que nunca. Si otras veces ha
mostrado su lado más coqueto a lideres empresariales y delegaciones
diplomáticas, ayer le tocaba a los vecinos y a los turistas disfrutar de su
belleza y poner el foco en todos aquellos edificios emblemáticos cuya
cotidianiedad les impide reparar en todo su esplendor y la villa quiso poner de
relieve que ni siglos de hambrunas, asedios, guerras y hasta bombardeos han
hecho mella en su figura. Los museos, que atesoran los secretos mejor guardados
de la ciudad, abrieron sus puertas hasta bien entrada la madrugada, y una
suerte de ensueño se apoderó de las calles cuando el arco iris descendió para
apoyar sus pilares en la villa y vestir una veintena de edificios emblemáticos
e iconos culturales. Como todo derroche es poco para celebrar el aniversario de
la villa como se merece, la la Noche Blanca ofreció nada más y nada menos que 6
horas de fiesta, desde las 20.30 horas hasta las 2 de la mañana, y los hijos de
la ciudad acudieron en masa a conmemorar la efeméride mientras el padre de la
villa, Don Diego López de Haro, asistía impávido a la fiesta desde su balcón
privilegiado de la Plaza Circular.
Con
tanto reclamo, la noche, más llena de color que nunca, se quedó corta. Sin
tiempo para asomarse por cada una de las sorpresas que la villa les tenía
preparadas en tan señalada fecha, los visitantes escogieron a su antojo. La
Catedral de Santiago, la Plaza Unamuno, la Iglesia de San Nicolás, el Puente
del Arenal... hasta 20 emblemáticos edificios se bañaron, a la luz de la luna,
con luces de fantasía. A las horas en las que tienen por costumbre echar la
persiana, los museos invitaron a los bilbaínos a adentrarse en sus secretos. El
sol de la Alhóndiga resplandeció más que nunca y el Palacio Foral, el mismo que
acoge las intrigas que rigen los destinos del territorio, se convirtió en un
gran jardín del Pintor Rafael Ruiz Balerdi. Pero si algo provocó la admiración
de los invitados al cumpleaños de la ciudad fue la Plaza Moyua, de cuyo
epicentro emanó una enorme columna de luz que se elevaba a 10 metros para
fundirse con el negro de la noche.
Los
vecinos tomaron el Museo de Bellas Artes, que proyectó, bajo la luz de la luna,
las obras más significativas de la colección de arte de la villa. Bilbao hasta
tuvo el detalle de deleitarse en otras culturas, más milenarias que la botxera,
y rindió homenaje al arte japonés con sendas muestras en el interior de este
museo.
Y hasta el Guggenheim, la joya más cosmopolita de la Villa, parecía más iluminada que nunca
La
gran cúpula instalada en la Plaza de la Convivencia, en la “Bilbao Atea” ó Torres de Izozaki hizo las delicias del público, llenando de luz la entrada al Ensanche bilbaíno desde su Ria. Mientras el Ayuntamiento rendía homenaje el antiguo
convento de San Agustín, testigo del paso de los barcos que surcaban la ría en
su rumbo a alta mar, el Puente de La Salve se engalanaba con una batería de
focos, creando una espectacular cortina de luz. Hasta los pilares del puente de
Deusto quisieron disfrazarse de mar, conviertiéndose en dos piscinas gigantes.
De
camino al corazón de la villa, el Teatro Arriaga resaltaba los entresijos de su
fachada barroca con una iluminación creada expresamente para la ocasión por el
artista Francés Patrice Warrener. La ría no quiso ser menos; una instalación
artística de la compañía inglesa Aether & Hemera compuesta por 250
barquitos de papel convirtieron la lámina de agua en un desfile multicolor. La
ciudad también fue el escenario de singulares espectáculos. En su eterno idilio
con la ría, el Museo Martítimo se convirtió en el escenario de Olatu Zuria.
Como no pudo ser de otra forma, dulces voces se alzaron en la noche para
conmemorar tan señalada fecha. El pórtico de la Catedral de Santiago abrió su
claustro de par en par u acogió varios conciertos. La actriz Ángela Molina
recitó poemas de García Lorca en el Museo vasco, al son de la guitarra y la
percusión, descubriendo el Romancero Gitano. Txalaparta, en la Universidad de Deusto,
honró a Don Diego a lo largo de toda la noche con poesía, música, coreografías
y danzas. La singular gaupasa se prolongó hasta las dos de la mañana, cuando la
ciudad se replegó hasta la siguiente Noche Blanca, cuando la ciudad volverá a
cumplir años en compañía de sus vecinos.
Por mi parte quiero resaltar la que en principio parecía de las más sencillas instalaciones, la de la Pasarela Zubizuri, que fue el más bilbaino de los elementos y lo digo por que es el que más llego al corazón de los Bilbainos, sin duda por los colores elegidos "Gorri eta Zuria" "Roji Blanco" fueron los colores más fotografiados de la noche.
Además preciosa resulto la instalación sobre el Palacio del Puerto Autónomo en el Campo de Volantín.
Y supongo que a Iberdrola no le saldría cara la noche....
© de los textos Eva Molano "El Correo"
© de las fotos Manu de Alba
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